“Hermanos: Ésta es la libertad que nos ha dado Cristo.
Manténganse firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud.
Ustedes, hermanos, han sido llamados para vivir en libertad, pero procuren que
esta libertad no sea un pretexto para satisfacer los deseos carnales: háganse
más bien servidores los unos de los otros, por medio del amor. Porque toda la
Ley está resumida plenamente en este precepto: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo. Pero si ustedes se están mordiendo y devorando mutuamente, tengan
cuidado porque terminarán destruyéndose los unos a los otros. Yo los exhorto a
que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por
los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu
contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo
el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos
a la Ley”. (Gálatas 5, 1. 13-18)
La sociedad es un proyecto del mal, el mal cierra los corazones de las
personas, en tal magnitud, que si uno quiere hacer el bien –el bien que este a
su alcance, y no importa si es mucho o poco-, puede que ese obrar sea
interpretado como una acción malintencionada. Sin embargo, puede ser el mal el que motive esta interpretación. Esto provoca mucha desunión, destrucción en los
vínculos, en las familias y en las comunidades.
Sin los vínculos no hay una vida de oración ni de fe, es
contradictorio orar por el prójimo y odiarlo, o ir a misa y no reconocer a la
otra persona como hermano, que él
también fue pensado para formar parte del Reino de Dios. En la oración que Jesús
mismo nos enseñó, reconocemos que el Padre es Nuestro, por lo tanto que las
otras personas son nuestros hermanos/as.
Por eso, pidamos al Espíritu Santo que su santa gracia nos
ayude a abrir el corazón, a reparar nuestros vínculos y salgamos al encuentro
con nuestros hermanos/as. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
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