“El
Reino de los Cielos es como un tesoro escondido en un campo. El hombre que lo
descubre, lo vuelve a esconder; su alegría es tal, que va a vender todo lo que
tiene y compra ese campo” (Mateo 13:44).
Ese
tesoro es Jesús, una vez que lo descubrimos en nuestra vida, dentro de nuestro
corazón, nos transforma, de tal forma que dejamos todo lo que estamos haciendo,
dejamos aquellas preocupaciones, nos liberamos de la opresión de todas las
cargas que llevamos, y salimos de nuestro encierro en nosotros mismos, para
encontrarnos con el otro. Porque sin los vínculos no se puede sostener una vida
de fe, no podemos decir que verdaderamente amamos, cuando amamos a Dios pero no
a nuestros hermanos.
Y al
salir de nosotros mismos y compartir con los demás este tesoro, aquellas riquezas
que podíamos acumular en la tierra ya no nos parecen valiosas, porque nuestra
mirada está en el reino de Dios y queremos acumular para él.
Cuando
temo entrar en ese fondo oscuro de la tierra de mi corazón, me aseguras que en
lo más profundo está escondido el tesoro de tu presencia y de tu inagotable
misericordia.
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